El Cuaderno Rojo


Gabriel era un escritor frustrado. Llevaba meses sin poder escribir una sola página decente. Sus editores lo presionaban, sus lectores se impacientaban y él solo veía la pantalla en blanco de su ordenador. La inspiración parecía haberse evaporado.

Esa tarde, desesperado por una distracción, deambuló sin rumbo hasta encontrar una pequeña librería escondida entre dos edificios antiguos. El lugar olía a papel viejo y madera húmeda. El sonido de una gotera retumbaba en el silencio. En un estante polvoriento, un cuaderno rojo de tapa dura llamó su atención. No tenía título ni autor, pero sus páginas estaban llenas de una letra elegante y firme.

Intrigado, lo abrió en una página al azar y comenzó a leer:

15 de septiembre. La encontraron en el parque, con la garganta abierta. Nadie oyó sus gritos. La policía tardó horas en descubrir que faltaba su anillo de bodas.

Gabriel sintió un escalofrío. La narración tenía un realismo perturbador, como si el autor hubiera estado allí, viendo el crimen. Siguó leyendo.

20 de septiembre. Esta vez fue en un callejón, cerca de la estación. Un golpe certero en la nuca. Rápido, limpio. El asesino se llevó su reloj de bolsillo, un recuerdo de su padre.

El escritor sintió una opresión en el pecho. La descripción coincidía con un asesinato que había visto en las noticias aquella misma mañana. La víctima, un hombre de mediana edad, había sido hallado en un callejón, con un golpe preciso en la nuca y su reloj de bolsillo desaparecido. La fecha en el cuaderno coincidía exactamente con el día del crimen.

Volvió la página con manos temblorosas, sintiendo cómo la sangre se retiraba de su rostro. Sus ojos recorrieron cada palabra, como si fueran dagas afiladas.

27 de septiembre. La próxima será una mujer de cabello corto, vestida de azul. Caminando sola por el puente. Nadie la verá caer al río hasta que sea demasiado tarde.

Gabriel dejó caer el cuaderno, el sonido sordo del impacto resonó en la habitación vacía. Ese asesinato aún no había ocurrido. ¿Podía estar seguro de que no era una broma macabra o una coincidencia perversa?

El corazón le latía con fuerza, tamborileando en sus oídos. ¿Era posible que tuviera en sus manos un objeto capaz de predecir la muerte? O peor aún, ¿y si alguien escribía esos crímenes antes de cometerlos?

Las manos le temblaban cuando volvió a recoger el cuaderno del suelo. Sus dedos rozaron la superficie de cuero gastado, sintiendo una energía fría recorrerle la piel. Si el cuaderno decía la verdad, en dos días alguien moriría. Alguien que aún no sabía que su destino estaba sellado en tinta roja.

Tras un momento de duda, tomó su abrigo y salió corriendo hacia la comisaría. La lluvia caía implacable, empapándolo mientras corría por las calles vacías, su respiración entrecortada por la mezcla de miedo y adrenalina. Explicar la situación fue complicado. Las palabras se enredaban en su lengua, tratando de transmitir la urgencia que sentía. Los policías lo miraron con escepticismo; uno de ellos incluso soltó una carcajada, murmurando algo sobre escritores y su imaginación desbordante. Sin embargo, solo uno, el inspector Ramírez, lo observaba con una mezcla de curiosidad y recelo. Sus ojos, oscuros y cansados, evaluaban cada gesto de Gabriel, cada pausa en su relato.

—Si esto es una broma, no tiene gracia —dijo, hojeando el cuaderno.

—No lo es. Solo quiero evitar que alguien muera.

Ramírez suspiró y finalmente aceptó enviar una patrulla al puente la noche del 27 de septiembre.

Gabriel no pudo dormir esos días. El 27 llegó y, antes de la medianoche, recibió una llamada de Ramírez.

—Tenías razón —dijo el inspector, con voz tensa—. Detuvimos a un hombre que estaba a punto de empujar a una mujer al río. Tenía un cuchillo en la chaqueta… y un reloj de bolsillo en el otro bolsillo.

Gabriel sintió un escalofrío.

—¿Qué hacemos con el cuaderno? —preguntó el policía.

El escritor miró el objeto sobre su escritorio. Algo le decía que el cuaderno aún no había terminado su historia.

—Lo guardo yo —respondió, con voz firme.

Esa noche, por primera vez en meses, las palabras fluyeron en su mente. Pero esta vez, no era ficción. Era una historia real.

Y quizá, solo quizá, aún no había escrito el final.

Mientras Gabriel observaba el cuaderno, el aire en la habitación pareció enfriarse. Entonces, con un crujido apenas perceptible, una página se dio vuelta sola.

Algunas historias se escriben solas… y nunca terminan.


¡Gracias por leer “El Cuaderno Rojo“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!

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2 responses to “Cuentos Cortos: El Cuaderno Rojo”

  1. Excelente el final, muy bien logrado. Sobre el apellido del policía: Ramírez, muy muy común.

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    1. The English Nook Avatar
      The English Nook

      ¡Gracias! Me alegra que te haya gustado el final. Tomo nota sobre el apellido. 😆

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