
El Fantasma que no Existía ni para los Fantasmas
Cuando Edgardo murió, lo primero que hizo fue esperar.
Esperó la luz al final del túnel.
Esperó el juicio final.
Esperó al menos una música solemne.
Pero nada ocurrió.
Solo apareció, de golpe, en el pasillo húmedo de un castillo antiguo, con una armadura oxidada a su lado y una telaraña atravesándole el pecho sin pedir permiso. Edgardo se miró las manos: eran transparentes, como correspondía. Sonrió con alivio.
—Bien —dijo—. Fantasma confirmado.
Durante los primeros días —o décadas, el tiempo es muy poco serio después de la muerte— Edgardo intentó adaptarse. Practicó gemidos frente al espejo (no se reflejaba, pero igual gemía), ensayó cadenas arrastradas aunque no tenía cadenas, y probó atravesar paredes con cierto entusiasmo infantil.
El problema apareció cuando quiso socializar.
El castillo estaba lleno de fantasmas: una dama que lloraba eternamente por amor, un caballero que repetía su muerte con teatralidad exagerada y un niño espectral que corría riendo por los corredores a las tres de la mañana, como marca el reglamento.
Edgardo los veía.
Los oía.
Pero ellos… no a él.
—Disculpa —le dijo una vez al caballero, atravesándolo sin querer—. ¿Este pasillo lleva a la torre?
El caballero siguió gritando su monólogo de muerte como si Edgardo no existiera.
La dama lloró a través de él.
El niño lo atravesó corriendo, riéndose más fuerte.
Al principio, Edgardo pensó que era timidez post mortem. Luego, que necesitaba más práctica. Después, que tal vez su gemido no era lo suficientemente lastimero.
Hasta que comprendió la verdad más incómoda:
era invisible para los demás fantasmas.
Para los vivos, curiosamente, no.
Los humanos gritaban cuando Edgardo aparecía. Tiraban sal, rezaban mal y huían despavoridos. Eso le daba cierta validación existencial, pero no llenaba el vacío.
—¿De qué sirve estar muerto —pensaba— si ni siquiera los muertos te registran?
La incertidumbre empezó a corroerlo. Si nadie de su mismo plano podía verlo, ¿era realmente un fantasma? ¿O una falla? ¿Un error administrativo del más allá? Edgardo comenzó a dudar incluso de su muerte. Tal vez estaba vivo en coma. Tal vez seguía esperando el túnel.
Para no desvanecerse del todo, empezó a escribir un diario en el aire con el dedo:
“Día desconocido. Soy un fantasma que no existe para los fantasmas. Sospecho que soy un mal pie de página de la eternidad.”
Y entonces… la narración se rompió.
De pronto, Edgardo ya no estaba en el castillo.
Ahora flotaba frente a una cámara inexistente, con una voz grave que no sabía que tenía.
“Bienvenidos a Espectros Invisibles: el error del más allá.”
El castillo se transformó en gráficos, mapas etéreos y diagramas flotantes. Edgardo hablaba con seguridad académica. Explicaba que existían fantasmas tan silenciosos, tan poco importantes incluso en vida, que su invisibilidad continuaba después de la muerte.
—No es soledad —decía—. Es consistencia.
Por primera vez, Edgardo tenía respuestas. No estaba fallado: era una categoría. Un fenómeno. Un concepto. Se sentía útil, relevante, casi famoso.
Hasta que el documental terminó abruptamente.
Una voz externa anunció:
—Cancelado. Nadie lo ve. Literalmente.
Corte.
Silencio.
Edgardo volvió al pasillo del castillo, sentado exactamente donde había empezado. Nada había cambiado. Nadie lo veía. El aire seguía húmedo.
Suspiró, resignado.
—Supongo que esto es todo —murmuró—. Eterna invisibilidad.
Entonces, desde la nada, escuchó:
—Oye… ¿tú también dudas de existir?
Edgardo se quedó inmóvil.
—¿Hola? —respondió.
—No te veo —dijo la voz—. Pero siento que hay alguien aquí.
Edgardo sonrió. No intentó verse. No intentó probar nada.
—No importa —dijo—. Yo tampoco te veo.
No se encontraron jamás.
Nunca se verían.
Pero hablaron. Durante siglos. Sobre su vida, su muerte, sus dudas, el castillo, los humanos torpes y los fantasmas dramáticos.
Y mientras conversaban, el castillo empezó a sentirse distinto.
Los fantasmas visibles decían:
—Este lugar está… lleno.
Los vivos sentían compañía.
Edgardo seguía siendo invisible.
Seguía siendo incierto.
Pero ya no estaba solo.
Y por primera vez desde que murió, dejó de preguntarse si existía.
Porque alguien, aunque no pudiera verlo, lo escuchaba.

No todos los fantasmas buscan ser vistos: algunos solo necesitan ser escuchados.
¡Gracias por leer “El Fantasma que no Existía ni para los Fantasmas“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!
Explora más cuentos cortos en español e inglés visitando la sección de:
Short Stories / Cuentos Cortos
💭✨💫
Cuando el mundo pierde su brillo, tu mente vaga inquieta o tu corazón carga un peso invisible, deja que una historia abra la puerta a lo imposible. Solo una página, una frase, una palabra… y de pronto estás en otro universo, donde la imaginación pinta lo ordinario con colores de ensueño y transforma los instantes más simples en pura magia.
💛¿Te gustó? ¡Dale a ese botón de me gusta! 💛




Leave a comment