
El Sol que se Mareó
Había una vez un sol enorme. No enorme tipo “uy qué grande”, sino enorme tipo “si respira muy fuerte, provoca mareas en la mitad de la galaxia”. Vivía tranquilo en su pequeño vecindario estelar, dándoles calor a sus planetas, que orbitaban disciplinadamente como si fueran niños en fila india.
Tenía una vida estable, predecible, casi aburrida:
calentar, iluminar, quemar ocasionalmente un asteroide entrometido.
La rutina de siempre, durante millones de años.
Hasta que un día…
1. La llegada del cometa descarriado
A través del vacío oscuro apareció un cometa. Uno de esos cometas hiperactivos que nunca terminan de madurar. Viajaba tan rápido que, si hubiera tenido licencia de conducir cósmica, se la habrían quitado diez veces.
—¡Voy tarde! ¡Voy tarde! ¡Voy tarde! —gritaba mientras dejaba una estela brillante detrás.
Los planetas del sistema solar lo vieron acercarse como quien ve venir un colado en patines cuesta abajo.
—No, no, no… aquí no… —dijo el planeta más pequeño.
Pero era tarde.
¡BOOOOM!
El cometa chocó al sol de lleno, como si lo saludara con el peor abrazo del universo.
El sol, que jamás en su vida había sido empujado por nadie, se movió. Lentamente al principio… y luego no tan lentamente. Se deslizó fuera de su órbita como un gato gordo al que empujaron del sillón.
2. El inesperado viaje galáctico
Los planetas, aún girando a su alrededor, empezaron a notar que el horizonte se movía de manera no autorizada.
—¿Estamos… avanzando? —preguntó el planeta acuoso.
—Creo que sí —respondió el gigante gaseoso—. Pero no quiero sonar dramático… ¡¡¡EL SOL SE ESTÁ YENDO!!!
El sol, por otro lado, estaba sorprendido… pero también emocionado.
—¡Wow! ¡Esto… esto no está nada mal! —dijo mientras pasaba cerca de una nebulosa rosada que parecía algodón de azúcar cósmico.
Por primera vez en su existencia, conocía lugares nuevos:
– cúmulos estelares donde las estrellas bebé gateaban y lloraban fotones,
– agujeros negros tímidos que hacían “como que no te vi”,
– asteroides que jugaban a las carreras entre sí.
El sol estaba fascinado.
Los planetas, en cambio, iban agarrados a sus órbitas como si fueran asientos de montaña rusa.
—¿ES NECESARIO TOMAR CADA CURVA? —gritó un planeta que ya tenía mareos tectónicos.
—¡No estoy manejando, me empujaron! —respondió el sol riéndose.
3. El mareo estelar
Tras semanas navegando por la galaxia a velocidad imprudente, el sol empezó a sentir algo que jamás había sentido:
mareo.
Un mareo tan profundo que sus llamaradas salían torcidas.
—Ay, ay, ay… creo que me excedí… —balbuceó, oscilando como un globo de helio golpeado por el viento.
Sus planetas estaban igual o peor:
– uno perdió el polo norte durante un giro brusco,
– otro cambió de inclinación cada dos minutos,
– y el más pequeño ya ni recordaba en qué dirección giraba.
—Sol… ¿podrías… frenar? —dijo el planeta rocoso con voz temblorosa.
—Sí, sí… creo que ya es hora…
4. La nueva casa
El sol buscó un lugar cómodo, lejos del tráfico de estrellas y de los agujeros negros que siempre eran un peligro para estacionar. Encontró un espacio tranquilo entre dos brazos de la galaxia, como un sofá cálido hecho de polvo interestelar.
—Este lugar se ve bien —dijo.
Respiró profundo (metafóricamente) y se detuvo.
Todo el sistema solar se calmó de inmediato. Los planetas se balancearon un par de veces, estabilizándose como quien baja de un barco después de días con olas.
—¡Ah… paz! —dijo el planeta rocoso—. Pensé que iba a vomitar magma.
—Yo casi pierdo mis lunas —se quejó el gigante gaseoso—. Mis preciosas lunas.
Los demás coincidieron en un suspiro colectivo.
El sol, ligeramente avergonzado pero también orgulloso de su aventura, brilló un poquito más suave.
—Lo siento, chicos… pero admitan que fue un viaje épico.
Los planetas se miraron entre sí. Les habían pateado la gravedad, sacudido las órbitas y desordenado las estaciones…
Pero sí. Fue épico.
5. Una conclusión brillante
Desde entonces, el sistema solar vive feliz en su nuevo hogar, un poquito más sabio, un poquito más valiente, y definitivamente con más historias que cualquier otro vecindario estelar.
El sol aprendió que a veces un empujón (incluso uno muy violento) puede llevarte a una aventura inolvidable.
Y los planetas aprendieron que, aunque su sol fuera un desastre cuando se entusiasma, al final siempre buscaba un lugar donde todos pudieran descansar.
Y así, en silencio…
con un suave brillo amarillo…
el sol pensó:
—La próxima vez que me choquen… mejor llevo cinturón.

Cuando el universo te empuja, ¡agarra tus planetas y disfruta el viaje!
¡Gracias por leer “El Sol que se Mareó“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!
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