
La Sociedad de las Personas Transparentes
La primera vez que Tomás desapareció no fue algo voluntario. Estaba en la cola del banco, revisando el celular, cuando sintió que todo se volvía extraño: un cosquilleo, un alivio en la piel, como si lo hubieran despojado de la gravedad y del peso. Levantó la vista para preguntar la hora, y ahí descubrió que la señora delante suyo se comportaba como si él no existiera. Intentó toser para llamar su atención. Nada.
—Perdón, ¿me escucha? —dijo, pero su voz sonó rara, como si se deshiciera en el aire.
Se miró las manos. No las vio.
Tomás entró en pánico, se tocó el rostro y no sintió nada sólido, solo aire. Un vigilante pasó por su lado y ni siquiera lo rozó. ¡Era invisible! Pero lo más extraño fue que, al aparecer el gerente del banco y mirarlo directamente, volvió a la normalidad. Como si ser observado lo hiciera existir.
Pasaron días hasta que encontró un foro en internet llamado “Nosotros, los Transparentes”. Allí descubrió que no era el único: cientos de personas tenían el mismo “síntoma”. Todos compartían algo en común: desaparecían cuando nadie los miraba.
—Es un don —decía alguien en el foro.
—Es una condena —contestaba otro.
Se organizaban en reuniones… virtuales, claro, porque en persona era complicado. ¿Cómo abrazar a alguien que puede volverse nada en cualquier momento?
Regla número uno: Si quieres seguir siendo visible, alguien debe mirarte. Por eso, algunos Transparentes comenzaron a contratar “observadores” profesionales: personas que te siguen todo el día solo para evitar que te disuelvas. Hubo incluso empresas que ofrecían “miradas premium 24/7”, con opción de contacto visual intenso para los más ansiosos.
Tomás intentó contratar uno, pero no era barato. Así que optó por la alternativa casera: un espejo enorme atado a su espalda. Creía que su propio reflejo contaba como mirada. Pero no funcionó: desapareció en medio del supermercado y nadie vio cómo un carrito lleno de víveres se movía solo hasta la caja.
Con el tiempo, entendió la regla más cruel: ser transparente era fácil, pero volver era cada vez más difícil. Cada desaparición duraba más. Una hora. Luego un día. Luego una semana. Y lo peor: cuando regresabas, nadie parecía haberse dado cuenta de que faltabas.
En la sociedad secreta había rumores inquietantes: algunos Transparentes ya no volvían jamás. Se decía que vivían en un lugar llamado El Otro Lado, donde no hay miradas, donde la gente se acostumbra a no existir y termina olvidándose de sí misma.
Una noche, Tomás sintió que el cosquilleo volvía. Estaba solo en su departamento, mirando su reflejo en el microondas. Parpadeó. Y en ese parpadeo se fue.
No hubo pánico esta vez. Solo silencio. Y un susurro que venía de todas partes:
—Bienvenido. Aquí nadie te exige ser alguien.
Entonces, se dio cuenta de que había voces. Muchas voces. No eran fantasmas. Eran todos los que se habían ido antes. Riendo. Cantando. Contando secretos que jamás habían podido decir cuando eran visibles.
Tomás sonrió, aunque nadie lo viera.
En el mundo real, al otro lado del microondas, alguien abrió la puerta del departamento para traerle una carta. “Aviso: no pagó la luz”. El hombre miró alrededor y, al no ver a nadie, dejó la carta en el suelo y se fue.
Tomás ya no volvió.
O quizá sí. Porque desde ese día, cuando te quedas solo en casa y el silencio se estira como una cuerda, a veces sientes algo. Una presión ligera, justo detrás de tu nuca. No hay puertas abiertas, no hay ventanas mal cerradas. Y sin embargo, esa sensación persiste: alguien te está mirando.
Miras alrededor. Nada. Cierras los ojos, respiras hondo… y ahí es cuando se intensifica. No es hostil. No es amable. Es presencia pura, sin cuerpo, sin rostro.
A veces, incluso, escuchas un murmullo. Breve, incompleto, como si una frase quedara atrapada entre dos mundos:
—¿Me ves…?
La voz se disuelve, y la sensación desaparece. Hasta la próxima vez que te quedes solo.

Porque la Sociedad de los Transparentes nunca se fue. Solo aprendieron a mirar desde donde ya nadie los puede ver.
¡Gracias por leer “La Sociedad de las Personas Transparentes“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!
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