La Máquina de Respuestas


Todo comenzó con un anuncio sospechosamente específico:

“¿Confundido? ¿Perdido? ¿Existencialmente aburrido? ¡Descubre La Máquina de Respuestas! Nunca más vivas en la ignorancia. Envío gratis.”

Germán, un bibliotecario solitario con pasión por los crucigramas y los panqueques mal hechos, se sintió interpelado. “Existencialmente aburrido” era, palabra por palabra, su estado emocional desde hacía al menos tres inviernos. Así que, sin pensarlo mucho y con la tarjeta de crédito en la boca (su gato, Hamlet, se negaba a dejarla caer), realizó la compra.

Tres días después, llegó un paquete del tamaño de una tostadora, envuelto en papel de burbujas y sellado con cinta que decía en letras doradas: “Cuidado: Las respuestas pueden contener verdades peligrosas.”

La máquina era una caja metálica con botones de colores, una antena ridículamente larga, y una pequeña pantalla que decía: “Haz tu pregunta. Recibe tu respuesta. Vive con las consecuencias.”

La primera pregunta fue inocente:

—¿Dónde dejé mis anteojos? —preguntó Germán con voz ronca.

La pantalla parpadeó. Un pitido musical sonó y apareció el mensaje:

“Donde la vista no ve, pero el olfato no falla; bajo lo blando, junto a la sala.”

—¿¡Qué!? —gritó Germán, pero Hamlet ya corría hacia el sofá.

Allí, bajo un cojín, estaban los anteojos. Germán rió. La máquina funcionaba. De forma completamente inútil, pero funcionaba.

La segunda pregunta fue más ambiciosa:

—¿Existe el amor verdadero?

La máquina zumbó como una licuadora poseída:

“Cuando dos peces se abrazan sin agua, cuando la sopa sabe a domingo, cuando nadie mira el reloj… ahí. Solo ahí.”

Germán tomó notas. Le gustaban los acertijos, pero esto rozaba lo poético. O lo psicótico. O ambas.

Pasaron semanas. Preguntó por los números de la lotería (la respuesta fue un poema sobre plátanos maduros y caracoles dormidos), por el sentido de la vida (la máquina emitió una carcajada en código Morse), y por qué siempre perdía un calcetín en la lavadora (“Uno escapa a otra dimensión. El otro se casa con un guante.”).

La obsesión creció. Tenía cuadernos llenos de interpretaciones. Invitaba a vecinos para que preguntaran lo suyo. A veces acertaban. A veces lloraban. Una mujer preguntó si su ex volvería y recibió: “Cuando el pato baile en luna llena y las cucharas canten tango.”

Lo peor fue cuando preguntó:

—¿Cómo moriré?

La máquina tardó cinco días en responder. Cuando lo hizo, escribió:

“Ríe con la morsa. Evita los paraguas. Y nunca, nunca comas mazapán en martes.”

Desde ese día, Germán evitó el mazapán. También los paraguas. La morsa fue un problema más abstracto.

Una mañana, Hamlet, el gato, activó accidentalmente la máquina con una de sus zarpas. Apareció un mensaje nuevo:

“La pregunta incorrecta aún no ha sido hecha.”

Germán sintió un escalofrío. ¿Qué significaba? ¿Quién debía hacerla? ¿Y por qué Hamlet miraba fijamente a la antena?

Decidió desconectarla. Pero no había cable de corriente.

Decidió apagarla. No tenía botón de apagado.

La máquina simplemente estaba. Respondía. Y, con cada respuesta, parecía observar más.

Cierta noche, en un ataque de desesperación y curiosidad terminal, Germán se plantó frente a ella, tembloroso. Hamlet ronroneaba con aire de conspiración.

—¿Qué eres en realidad? —preguntó Germán.

La máquina se iluminó como un árbol de Navidad galáctico. Vibró. Cantó el himno de Luxemburgo al revés. Luego escribió:

“Fui hecha con lo que queda de los sueños no soñados, con la lógica perdida de los relojes rotos y la nostalgia de los calcetines desaparecidos. Soy la pregunta que parió la respuesta. Y tú… tú eres mi eco.”

Germán dio un paso atrás. Hamlet maulló.

Desde entonces, nadie lo ha visto. La casa quedó cerrada. Los vecinos juran que a veces, por la noche, se oyen pitidos suaves y una voz metálica susurrando enigmas desde dentro. Y Hamlet, el gato, aparece en los techos cada martes, mirando las estrellas con aire de quien ya conoce la respuesta, pero se niega a hacer la pregunta.


La Máquina de Respuestas: algunas preguntas no esperan respuestas… esperan víctimas.


¡Gracias por leer “La Máquina de Respuestas“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!

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Cuando el mundo pierde su brillo, tu mente vaga inquieta o tu corazón carga un peso invisible, deja que una historia abra la puerta a lo imposible. Solo una página, una frase, una palabra… y de pronto estás en otro universo, donde la imaginación pinta lo ordinario con colores de ensueño y transforma los instantes más simples en pura magia.


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