La Estrella que Quiso Apagarse


En lo más profundo del cielo, donde las constelaciones tejían sus leyendas y los cometas susurraban secretos de otros mundos, vivía una pequeña estrella llamada Liria.

No era la más grande ni la más brillante. De hecho, apenas la notaban entre las gigantes que refulgían con fuerza en las noches despejadas. Su luz era suave, temblorosa, casi tímida. A veces pensaba que su existencia no hacía ninguna diferencia en el inmenso tapiz del cielo.

“¿Para qué brillo?”, se preguntaba cada noche. “Hay miles de estrellas más bellas que yo. Los humanos no me miran. Los planetas no giran a mi alrededor. Los dioses del firmamento no pronuncian mi nombre. ¿Qué sentido tiene encenderme una noche más?”

Una noche de otoño estelar —esas raras noches cuando las nebulosas suspiran y las galaxias parecen detenerse a escuchar— Liria decidió apagar su luz.

“Que me olviden”, pensó con tristeza. “Nadie notará mi ausencia.”

Y poco a poco su resplandor fue menguando, como una vela sin viento que la alimente. Su calor se volvió un susurro. Su voz en la sinfonía del cosmos se desvaneció.

Pero sucedió algo que Liria no esperaba.

En la Tierra, en un pequeño pueblo perdido entre montañas, un niño llamado Iker levantó los ojos al cielo. Desde que tenía memoria, cada noche contaba las mismas estrellas desde su ventana, y una de ellas —una diminuta chispa al borde de la constelación de Orión— siempre le había dado consuelo. No sabía por qué, pero aquella lucecita le hacía sentir menos solo en el mundo.

Aquella noche, la estrella no estaba.

“¿Dónde está mi estrellita?”, pensó con angustia. Se levantó de la cama, fue al campo con su abrigo, miró hacia arriba, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

“Vuelve… por favor…”, susurró al cielo inmenso. “Si tú te apagas, ¿con quién soñaré cuando tenga miedo?”

Las palabras del niño, llenas de ternura y tristeza, atravesaron las capas del universo como ecos invisibles. Y llegaron hasta donde Liria se había escondido en la penumbra.

“¿Me ha echado de menos alguien?”, pensó, sorprendida. “¿Mi pequeña luz le daba esperanza a un corazón humano?”

Su brillo titiló débilmente, como un sollozo tímido en la oscuridad.

“¿Aunque sea una sola persona… importa?”

La voz del niño, temblando entre las estrellas, la envolvió de nuevo:

“Por favor… regresa. No me dejes a oscuras.”

Y Liria, conmovida, entendió al fin. No importaba no ser la más brillante. No importaba no ser famosa entre las constelaciones. Su luz —aunque pequeña— había iluminado un corazón en la Tierra. Y eso bastaba para tener un propósito.

Con esfuerzo, con valor, Liria encendió su fulgor de nuevo. Su chispa volvió a parpadear entre las demás estrellas. Iker, sonriendo bajo el cielo nocturno, vio su lucecita regresar. Su estrellita seguía allí. Y volvió a dormir tranquilo.

Desde entonces, Liria jamás pensó en apagarse de nuevo. Su luz, aunque modesta, era esencial para alguien. Y eso la hacía eterna.


Aunque creas que tu luz es pequeña e insignificante, puede ser la esperanza de alguien más. A veces, basta una chispa para iluminar un mundo entero.


¡Gracias por leer “La Estrella que Quiso Apagarse“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!

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