
El Lobo y la Cima
En un valle donde el bosque era espeso y las sombras caían largas al atardecer, vivía un lobo solitario llamado Graun. Era joven pero fuerte, ágil como la corriente que atravesaba los pinares. Dominaba los caminos bajos, conocía los olores del bosque y los rastros de las presas como si fueran líneas en un mapa.
Pero había algo que escapaba siempre a sus colmillos: una cabra montés que pastaba en los riscos más altos de la montaña, donde el aire era más fino y las piedras más traicioneras. La había visto varias veces, recortada contra el cielo, con los cuernos curvos y el pelaje blanco que brillaba con la luz de la mañana. Nunca corría. Nunca huía con miedo. Sólo saltaba más alto, con una gracia antigua, como si danzara con las nubes.
Graun la deseaba no solo como presa, sino como desafío. ¿Qué podía ser más glorioso que cazar aquello que nadie podía atrapar?
Una mañana, cuando las primeras heladas pintaban el suelo con cristales, la vio otra vez, comiendo líquenes en una repisa alta. Y ese día, no dudó.
Subió tras ella. Al principio, era fácil: rocas firmes, caminos anchos, viento suave. Pero a medida que ascendía, el bosque desaparecía y el terreno se volvía hostil. El aire era más seco, más frío, más escaso. La cabra siempre iba adelante, sin prisa, como si lo esperara.
Graun jadeaba. Tropezó una vez. Luego otra. Se cortó una pata al saltar sobre una roca suelta. Pero seguía. No miraba atrás. Solo hacia ella.
Finalmente, alcanzó una cornisa donde el mundo parecía acabarse. A su derecha, un muro de piedra afilada. A su izquierda, un precipicio sin fondo. En el centro, él. Solo. Y al mirar abajo… todo se rompió.
El bosque, tan lejano, giraba como si flotara en un torbellino. El cielo parecía empujarlo. El estómago le dio vueltas. Las patas temblaban. Un sudor frío le bajó por el lomo.
Vértigo.
No podía avanzar.
Y, peor aún… no podía bajar.
Entonces la cabra apareció, como salida del viento. Había regresado. Lo miró, sin burla, sin lástima.
—Has subido alto —dijo—, pero no has aprendido nada del camino.
—Quería alcanzarte —jadeó Graun—. Llevo meses siguiéndote. Siempre escapas.
—No escapo. Sólo vivo donde tú no sabes caminar.
Él desvió la mirada, furioso consigo mismo.
—¿Vas a dejarme aquí?
La cabra bajó la cabeza, pensativa.
—Te ayudaré. No porque lo merezcas, sino porque nadie aprende si se cae desde lo más alto sin entender por qué subió.
Y comenzó a caminar hacia atrás, señalando con su cuerpo dónde pisar, qué piedras evitar, cuándo bajar la cabeza para equilibrar el centro del cuerpo. Graun dudó. Pero la escuchó.
Los primeros pasos fueron un desastre. Resbaló. Se arañó. Temblaba cada vez que veía el vacío por el rabillo del ojo. Pero la cabra le enseñó a mirar el suelo y no el abismo, a sentir el peso de su cuerpo y confiar en sus patas. Cada paso se volvía más firme. Cada salto, menos torpe.
Pasaron dos días descendiendo. No hablaron mucho, pero compartieron silencios extraños, casi antiguos. De noche, descansaban en repisas de roca donde solo el viento hablaba. En uno de esos silencios, Graun preguntó:
—¿Cómo no temes caer?
La cabra respondió sin mirar:
—No se trata de no tener miedo. Se trata de conocer tus pasos mejor que tus dudas.
Cuando al fin alcanzaron una zona donde los árboles comenzaban a crecer otra vez y el aire tenía olor a musgo, la cabra se detuvo. Ya no lo guiaba. Solo lo observaba.
Graun bajó un último escalón de piedra. Ya estaba en terreno firme. Miró hacia arriba, hacia la montaña que casi lo devoró. Se volvió hacia ella para hablar… pero ella ya se iba.
Antes de desaparecer entre las rocas, la cabra giró la cabeza y dijo:
—La cima no es el premio del fuerte. Es la maestra del que sabe escuchar.
Y sin más, se perdió entre las alturas.
Desde entonces, Graun nunca volvió a cazar cabras. En lugar de eso, subía cada cambio de estación, solo, por sendas más suaves, recordando cada paso que le enseñaron a no temblar. Ya no por hambre, ni por orgullo. Subía por algo más profundo: el deseo de ser digno del silencio que había aprendido en la roca.

No todos los que suben buscan conquistar—algunos solo quieren aprender a no caer.
¡Gracias por leer “El Lobo y la Cima“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!
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