
Tomasa, la Tortuga que Quiso Ser del Agua
En una ladera tibia y cubierta de helechos, vivía Tomasa, una tortuga de tierra de caparazón áspero y ojos curiosos. Su vida era tranquila: caminaba despacio entre raíces y piedras, tomaba el sol en las mañanas, comía bayas dulces al atardecer, y dormía bajo el resguardo de un arbusto espinoso. Tenía amigas: una hormiga que siempre iba apurada, un ratón de campo muy sabio, y un escarabajo azul que le contaba historias del mundo más allá del bosque.
Un día de primavera, mientras se aventuraba más lejos de lo habitual, Tomasa llegó a la orilla de un arroyo. Allí, oculta entre las hierbas altas, observó algo que le cambió el corazón.
Un grupo de tortugas de agua se deslizaba por el cauce con elegancia. Nadaban como si danzaran, sumergiéndose y emergiendo con alegría. Una de ellas giró sobre sí misma mientras una rana aplaudía desde una hoja de loto. Se reían, se zambullían, salpicaban gotas que brillaban con la luz del sol.
Tomasa se quedó inmóvil.
—Mira cómo brillan. Mira cómo se mueven… —murmuró.
La tierra, con sus caminos polvorientos y su paso lento, le pareció de pronto aburrida. En comparación, aquellas tortugas vivían una vida emocionante, llena de ligereza y movimiento. Así nació el deseo:
Quería ser una tortuga de agua.
Desde entonces, Tomasa cambió su rutina. Cada mañana bajaba al arroyo e intentaba nadar. Al principio, solo se hundía torpemente y salía tosiendo. Luego aprendió a flotar unos segundos. Se cubría el caparazón con barro para parecer más del agua, y practicaba contener la respiración mientras contaba las nubes.
Pero no era lo mismo.
Cuando al fin se atrevió a acercarse a las otras tortugas, estas la recibieron con cortesía, pero con cierta distancia. Ella no entendía sus bromas ni sus códigos. No sabía cuándo era momento de zambullirse ni cómo moverse con gracia. Su caparazón no brillaba como los suyos, y la corriente la arrastraba más de lo normal.
—¿De dónde vienes? —le preguntó una joven tortuga.
—Del bosque —respondió Tomasa, bajando la mirada.
Los días pasaban y su entusiasmo se fue apagando. Comenzó a extrañar el calor de la tierra seca, los aromas del musgo, el canto de los grillos nocturnos. En el agua se sentía sola, fuera de lugar. Una tarde nublada, después de un chapuzón frío que la dejó temblando, subió a una roca a secarse y miró al horizonte.
Allí, entre los árboles que ya comenzaban a dorarse con el otoño, estaba su casa.
La tortuga suspiró.
—Quizá no necesito ser como ellas para ser feliz. Quizá no estoy hecha para el agua… y eso está bien.
Volvió al bosque al día siguiente. Caminó despacio, sintiendo bajo sus patas el crujir de las hojas. Se encontró con su amiga la hormiga, que la saludó con entusiasmo. El escarabajo azul le pidió historias de su aventura acuática, y el ratón sabio le preparó un té de hierbas.
Tomasa sonrió.
Ya no se sentía incompleta.
A veces regresaba al arroyo, pero solo de visita. Se sentaba en la orilla y saludaba a las tortugas de agua cuando pasaban. Algunas le sonreían. Ella les respondía con calma, sin envidia. Porque había aprendido algo importante:
No necesitas cambiar tu esencia para encontrar la alegría. A veces, solo hace falta mirar tu propio mundo con nuevos ojos.
Y así, entre el bosque y el agua, Tomasa encontró su equilibrio. No era de aquí ni de allá: era de sí misma.

Para ser feliz, Tomasa no tuvo que cambiar de mundo… solo aprender a ver el suyo con nuevos ojos.
¡Gracias por leer “Tomasa, la Tortuga que Quiso Ser del Agua“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!
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Cuando el mundo pierde su brillo, tu mente vaga inquieta o tu corazón carga un peso invisible, deja que una historia abra la puerta a lo imposible. Solo una página, una frase, una palabra… y de pronto estás en otro universo, donde la imaginación pinta lo ordinario con colores de ensueño y transforma los instantes más simples en pura magia.





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