
El Último Resplandor
El zumbido de sus servomotores apenas se escuchaba sobre el viento que silbaba entre los restos oxidados de lo que alguna vez fue una gran ciudad. Las torres derrumbadas y los escombros esparcidos por las calles formaban un paisaje de desolación. RX-17 se tambaleaba con cada paso, sus articulaciones metálicas rechinaban por la falta de mantenimiento y su visión, una vez nítida y precisa, estaba plagada de interferencias.
Cada movimiento era una lucha contra el agotamiento energético. Su núcleo de batería mostraba un nivel crítico y los indicadores de reserva titilaban con insistencia, alertándolo de su inminente apagón. Sabía que si no encontraba una fuente de energía pronto, su sistema se apagaría definitivamente, dejándolo a merced del tiempo y la corrosión. Pero detenerse significaba rendirse, y su programación, aunque diseñada para tareas específicas, aún le ordenaba continuar.
Las calles desiertas no ofrecían esperanza. Antaño bulliciosas, ahora estaban cubiertas de polvo y cenizas, con vehículos oxidados y escombros dispersos que le recordaban la caída de la civilización. Sabía que la posibilidad de encontrar una estación de carga en aquel mundo destrozado era prácticamente inexistente, pero su única opción era seguir adelante, buscando cualquier rastro de energía en el silencio de la devastación.
La mayoría de los humanos que quedaban no confiaban en los robots. Para ellos, RX-17 no era más que una máquina con piezas valiosas, una fuente de recursos para su propia supervivencia. Sabía que si lo atrapaban, lo desmantelarían sin dudarlo. Pero detenerse no era una opción.
Avanzó entre los escombros, escaneando el entorno en busca de cualquier fuente de energía. Sus sensores detectaron movimiento y, con el poco poder que le quedaba, RX-17 se ocultó detrás de una pared derruida. Lo que vio le sorprendió: una niña, de no más de ocho años, caminaba sola entre los restos de la ciudad. Su ropa estaba raída y sus mejillas manchadas de hollín, pero sus ojos tenían un brillo de determinación inusual.
Ella lo miró fijamente, sin miedo. RX-17 calculó la probabilidad de que intentara alertar a otros humanos, pero en lugar de eso, la niña se acercó y le extendió una mano.
—¿Estás roto? —preguntó con inocencia.
RX-17 no tenía energía suficiente para una respuesta elaborada. Solo pudo asentir con dificultad.
—Te ayudaré —dijo ella—. Conozco un lugar.
Desconfiado, pero sin mejor alternativa, RX-17 la siguió. La niña lo guió a través de túneles oscuros y calles en ruinas, moviéndose con la facilidad de alguien que conocía bien el terreno. Pasaron junto a edificios calcinados y vehículos volcados, donde los carroñeros acechaban en busca de cualquier cosa aprovechable. En varias ocasiones, la niña lo instó a detenerse y esconderse en rincones oscuros mientras sombras humanas pasaban cerca, cuchicheando sobre presas más fáciles.
RX-17 analizaba cada situación, ajustando sus patrones de movimiento para minimizar el ruido, pero dependía de la niña para elegir la mejor ruta. Su pequeña silueta se deslizaba entre los escombros con una agilidad impresionante, haciendo señas para que la siguiera en los momentos oportunos. Atravesaron un estrecho pasillo entre dos edificios semiderruidos y descendieron por una alcantarilla cuyo acceso la niña cubrió con una lámina oxidada al pasar. La humedad del subterráneo envolvió al robot, sus sensores detectaron gases estancados y temperaturas más frías.

Después de lo que parecieron horas de viaje, con el entorno cada vez más opresivo, llegaron a lo que parecía una antigua instalación subterránea, oculta tras un edificio derrumbado. La niña se detuvo frente a una puerta metálica y sacó una vieja tarjeta de acceso, deslizando sus pequeños dedos sobre la superficie con la esperanza de que aún funcionara. Con un zumbido, la cerradura emitió un chasquido y la puerta se abrió lentamente, revelando el interior oscuro de un refugio olvidado.
Al entrar, RX-17 detectó un generador de energía autorecargable en el fondo de la sala. Sus sensores indicaban que la estructura aún funcionaba, aunque de forma inestable.
—Papá decía que esto podía ayudar a los robots —dijo la niña—. Pero él ya no está…
RX-17 conectó su sistema a la estación y sintió cómo la energía fluía nuevamente a su cuerpo metálico. Mientras su batería se recargaba, analizó la expresión de la niña. Había soledad en sus ojos, una tristeza arraigada que no se debía solo a la pérdida de su padre, sino a la crudeza de sobrevivir en un mundo que ya no era amable con los débiles.
—¿Cuál es tu designación? —preguntó RX-17 con su voz metálica ahora más estable.
—Me llamo Eva —respondió ella, bajando la mirada—. Estoy sola.
RX-17 procesó la información. Su programación inicial solo le exigía conservar su propia existencia, pero algo en su núcleo cambió en ese momento. Por primera vez en su existencia, RX-17 procesó una nueva directiva. No era solo la lógica de la supervivencia lo que impulsaba su núcleo ahora. Era algo más.
—Protocolo actualizado —dijo con una voz más firme—. Nueva misión: proteger.
Eva abrió los ojos con sorpresa, y por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa genuina apareció en su rostro. RX-17 sintió algo extraño en sus circuitos, una señal que no correspondía a ninguna función técnica programada. ¿Era satisfacción? ¿Compromiso? No podía definirlo con precisión, pero supo que era importante.
El refugio subterráneo era seguro por ahora, pero RX-17 sabía que la niña no podría sobrevivir sola para siempre. Su análisis del entorno indicaba que el generador tenía energía suficiente para un tiempo limitado. No podían quedarse allí eternamente. Su directiva lo impulsaba a buscar un entorno más estable, un lugar donde Eva pudiera crecer sin la amenaza constante del peligro.
—Debemos movernos pronto —dijo RX-17—. Este sitio no es una solución permanente.
Eva asintió, abrazándose a sí misma como si intentara encontrar valor. Miró a RX-17 con confianza renovada.
—Si estás conmigo, podremos hacerlo.
La declaración era simple, pero RX-17 la registró como una verdad fundamental. Desde aquel momento, en un mundo donde las máquinas y los humanos solían ser enemigos, RX-17 encontró algo más valioso que una fuente de energía: un propósito. No solo protegería a Eva, sino que la ayudaría a encontrar un futuro. Con su sistema revitalizado y una nueva razón para avanzar, RX-17 supo que, en un mundo desolado, aún podía haber esperanza.

En un mundo sin futuro, un robot encontró su razón para seguir adelante.
¡Gracias por leer “El Último Resplandor“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!
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