
La Tienda de Secretos
En un remoto pueblo envuelto en niebla perpetua, había una tienda que solo aparecía para aquellos que buscaban respuestas. La tienda no tenía nombre ni letrero, y su puerta de madera vieja parecía un susurro entre las sombras. Detrás del mostrador, una rana de ojos dorados y piel verde esmeralda observaba a cada visitante con una mirada penetrante. Se llamaba Tzikin, y era la encargada de custodiar los secretos que el mundo nunca debía conocer.
Muchos murmuraban que la tienda había estado allí desde el inicio del tiempo, y los más ancianos decían que Tzikin era un ser sagrado de la antigua cultura maya, donde las ranas simbolizaban sabiduría oculta y el poder de la transformación. Según la leyenda, las ranas eran guardianas de secretos celestiales, capaces de ver el pasado y el futuro.
Una noche, Olivia, una joven de cabellos oscuros y mirada decidida, entró en la tienda. Había llegado al pueblo después de recibir una carta sin remitente que decía: “Aquí encontrarás lo que has perdido.” Olivia buscaba la memoria de su hermano, desaparecido años atrás sin dejar rastro. Desde entonces, sus recuerdos de él se habían vuelto borrosos, como si su mente estuviera envuelta en niebla.
—¿Buscas un secreto? —croó Tzikin con una voz profunda y solemne.
—Sí, quiero recordar a mi hermano —respondió Olivia con firmeza.
Tzikin la observó por un largo momento. Sus ojos dorados parecían atravesar su alma. Con un salto ágil, la rana tomó un pequeño frasco de cristal y lo colocó sobre el mostrador. Dentro, flotaba una luz azul pálida que palpitaba como un corazón.
—Este frasco contiene el secreto de lo que tu hermano te dejó antes de desaparecer —dijo Tzikin—. Pero debes saber que todo secreto tiene un precio. Si alguna vez lo revelas, perderás tus recuerdos para siempre.
Olivia asintió, temerosa pero decidida. Pagó con una moneda antigua, tal como decía la carta. Tzikin le entregó el frasco y, al tocarlo, un torrente de imágenes invadió su mente. Vio a su hermano, sonriente, colocándole una pequeña llave dorada en el bolsillo de su abrigo antes de partir. Lo había olvidado por completo.
Salió de la tienda, y cuando metió la mano en el bolsillo, encontró la llave. No entendía qué abría, pero algo en su corazón le susurraba que debía regresar a su antigua casa familiar.
Al llegar, subió al ático. Entre las vigas polvorientas, encontró un viejo baúl. La llave encajaba a la perfección. Dentro había un diario y una nota que decía: “Olivia, si estás leyendo esto, significa que has recordado. Guárdalo. Nunca hables de lo que encuentres aquí.”
Abrió el diario y descubrió páginas llenas de secretos sobre su familia, traiciones y antiguos acuerdos oscuros. Pero en la última página había una revelación: su hermano no había desaparecido; había quedado atrapado en un limbo temporal, custodiado por un antiguo hechizo maya. Tzikin era la única capaz de liberarlo.
De pronto, la tienda reapareció frente a la casa. Entró apresurada.
—Lo encontré. Sé dónde está. ¿Puedes ayudarme? —suplicó.
Tzikin la miró con una tristeza infinita.
—Solo hay una forma de liberarlo: debes entregarme tus recuerdos sobre él. Sin ellos, el hechizo se romperá.
El corazón de Olivia se desgarró. Si aceptaba, nunca volvería a recordar a su hermano. Pero si no lo hacía, él quedaría atrapado para siempre.
Con lágrimas en los ojos, entregó el frasco de luz azul. La rana lo guardó en una caja negra.
—Ya está hecho. Tu hermano está libre.
Olivia salió de la tienda con una sensación de vacío, como si algo importante se le hubiera escapado. Al llegar a casa, encontró a un joven esperándola en la puerta. Él la miró con ojos llenos de amor y tristeza.

—¿Olivia? Soy yo, tu hermano. He vuelto.
Ella lo observó, con el corazón acelerado. Algo en sus ojos profundos y su sonrisa torcida le resultaban familiares, pero su mente estaba vacía de recuerdos. Una parte de ella quería apartarse, temerosa del desconocido frente a su puerta. Sin embargo, una chispa cálida le susurraba desde lo más hondo de su alma que había algo especial en él.
—No te reconozco… pero siento que debo conocerte —dijo Olivia con la voz temblorosa.
El joven sonrió, aunque sus ojos reflejaban un dolor antiguo.
—No importa si no recuerdas. Estoy aquí, y eso es suficiente.
Olivia sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. Aunque no tenía recuerdos, el peso de una conexión invisible entre ellos era innegable. Decidió dar un paso hacia adelante y abrazarlo. Al sentir su calidez, un destello de algo antiguo y perdido cruzó por su mente: una tarde soleada junto a un lago, risas compartidas bajo un cielo despejado.
Sin palabras, Olivia lo invitó a entrar. Quizás no recordaría todo, pero juntos podrían crear nuevos recuerdos.
En la tienda, Tzikin observó desde su rincón. Sus ojos dorados brillaban con sabiduría mientras murmuraba para sí misma:
—No todos los secretos se pierden para siempre. Algunos simplemente adoptan nuevas formas, respirando en los rincones oscuros de los corazones que aún buscan sanar. Y cuando el amor y el tiempo se entrelazan, esos secretos pueden renacer en destellos que desafían al olvido y al destino mismo.
Tzikin cerró sus ojos dorados y, por primera vez en siglos, dejó escapar un suspiro largo y profundo. “Al final, hasta los guardianes tienen secretos que prefieren olvidar.”

Algunos secretos viven para siempre, incluso cuando los olvidamos.
¡Gracias por leer “La Tienda de Secretos“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!
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