La Gata que No Quería Hacer Nada


En un pequeño pueblo rodeado de montañas y flores silvestres, vivía una gata llamada Mina. Mina era famosa en todo el vecindario por su increíble habilidad para… no hacer nada. No cazaba ratones, no trepaba árboles y, mucho menos, perseguía mariposas como otras gatas. Si una pelota rodaba hacia ella, Mina apenas giraba la cabeza para mirarla y volvía a cerrar los ojos. Si algún insecto volador se atrevía a interrumpir su descanso, con un leve movimiento de cola lo espantaba sin mayor esfuerzo.

Su actividad favorita era tumbarse en su cojín junto a la ventana, donde pasaba horas mirando cómo las nubes pasaban lentamente. En los días de lluvia, disfrutaba escuchando las gotas golpeando el cristal, y en las tardes soleadas, dejaba que los rayos del sol calentaran suavemente su pelaje. Mina parecía encontrar una forma especial de belleza en la quietud, algo que nadie más en el pueblo parecía entender.

La dueña de Mina, Doña Carmen, solía decir entre risas:
—¡Esta gata es la reina de la pereza!

Pero Mina no se sentía perezosa, sino que simplemente disfrutaba del arte de la tranquilidad. No entendía por qué los demás animales corrían de un lado a otro todo el tiempo. Ella solía reflexionar: “¿Qué sentido tiene tanto ajetreo si al final el sol sigue saliendo y las nubes siguen moviéndose igual?”. Mina encontraba poesía en los detalles pequeños: el crujir de las hojas cuando el viento soplaba, el aroma del pan recién hecho de la panadería del pueblo y los suaves rayos de sol que se filtraban por las cortinas de su ventana.

Un día, mientras Mina estaba echada junto a su ventana favorita, un ratón llamado Tino apareció. Era un ratón pequeño, con grandes orejas y una expresión muy preocupada.
—¡Mina! —dijo Tino, jadeando—. ¡Necesito tu ayuda!

Mina levantó una ceja y bostezó.
—¿Ayuda? ¿Para qué?

—Un grupo de cuervos malvados ha tomado mi casa. No puedo volver porque me asustan con sus graznidos y picos afilados. Hacen tanto ruido que no puedo dormir ni un segundo, y cada vez que intento acercarme, me miran con esos ojos negros llenos de malicia. Tú eres la gata más temida del pueblo; solo con verte se irán corriendo.

Mina suspiró profundamente. La idea de moverse le parecía agotadora. “¿Por qué siempre tienen que buscarme a mí para resolver estas cosas?”, pensó. Pero algo en los ojos de Tino, llenos de desesperación, la hizo sentir una pequeña punzada de responsabilidad. A pesar de su naturaleza tranquila, sabía que había momentos en los que no podía ignorar a quienes la necesitaban. Aunque prefería no involucrarse en problemas ajenos, pensó que tal vez un paseo no le haría daño y podría regresar a su cojín más pronto de lo esperado.
—De acuerdo, Tino, te ayudaré —dijo Mina, estirándose lentamente—, pero después de esto, volveré a mi cojín.

Tino condujo a Mina hasta el lugar donde los cuervos se habían instalado: una vieja casita de madera junto al río. Los cuervos eran grandes y ruidosos, y cuando vieron a Mina, comenzaron a graznar aún más fuerte.

Mina, sin perder su calma, se sentó en el suelo frente a la casa y los miró fijamente con sus grandes ojos verdes. Al principio, los cuervos intentaron ignorarla, pero su mirada era tan serena y penetrante que comenzaron a sentir una inquietud creciente.

—¿Qué clase de gata es esta? —dijo uno de los cuervos, moviéndose nerviosamente de una rama a otra—. ¡No se mueve ni un poco! ¿Estará esperando el momento perfecto para atacarnos?

—Eso es lo más aterrador —respondó otro, tratando de no mirarla directamente—. ¡Debe estar tramando algo terrible! Mira cómo mueve la cola, como si estuviera calculando cada paso.

A medida que pasaban los minutos, la incomodidad de los cuervos aumentó. Uno de ellos graznó con fuerza, intentando intimidarla, pero Mina ni siquiera parpadeó. Otro intentó volar en círculos sobre ella, buscando una reacción, pero su serenidad era imperturbable.

—¡Esto no es normal! —exclamó un tercero—. Gatos como ella nunca se quedan tan tranquilos. ¿Y si está esperando a que nos confiemos?

Finalmente, uno por uno, los cuervos empezaron a volar. Primero los más nerviosos, luego los más valientes, hasta que no quedó ninguno. La incertidumbre que Mina les generó fue suficiente para que decidieran abandonar la casa sin que ella levantara una garra. Había logrado recuperar la casa de Tino sin esfuerzo alguno.

—¡Eres increíble, Mina! —gritó Tino, saltando de alegría—. ¿Cómo lo hiciste?

—A veces, no hacer nada es más efectivo que hacer mucho —respondió Mina con un leve ronroneo.

Y con esa frase, la gata regresó a su cojín junto a la ventana, donde pasó el resto del día viendo cómo las nubes seguían su curso. Desde entonces, Mina no solo fue conocida como la gata que no hacía nada, sino como la gata que sabía exactamente cuándo no hacer nada.


Moraleja:
La calma y la paciencia pueden ser más poderosas que la fuerza o el esfuerzo. A veces, saber cuándo no actuar puede resolver los problemas de manera más efectiva que precipitarse a hacerlo.


¡Gracias por leer “La Gata que No Quería Hacer Nada“! Esta es una historia de una serie creada para lectores ávidos y estudiantes de español que desean disfrutar de relatos cautivadores mientras practican el idioma. ¡Sigue atento para más historias y consejos de lenguaje que enriquecerán tu aprendizaje!

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